Avanza con gran dificultad. Las olas rompen contra su frágil cuerpo, como queriendo devolverla a la orilla. Boca y ojos arden en la sal. El viento la golpea, desordena su pelo, la enceguece. Balancea los brazos y a veces toca con la punta de sus dedos la superficie sinuosa y oscura. Sus piernas encuentran resistencia y luchan por abrirse camino entre las aguas; remueven la arena del fondo, ahuyentando a los peces.
El mar pronto cubrirá su cintura, luego el busto, el cuello, la barbilla. Irrumpirá en sus fosas nasales, abrasará su garganta, cerrará su puño en torno de ella. Toserá entre gemidos, abrirá y cerrará los ojos en distintas densidades y no sabrá distinguir la sal del propio llanto. Una última ola estremecerá su cuerpo y sus pies no tocarán fondo. No habrá retorno cuando su corazón descubra que palpita sumergido en la muerte.
Empezará a agitarse locamente al sentir un intenso dolor desgarrar sus pulmones. Quizá uno de sus brazos emerja a superficie en un vano intento de aferrarse a la nada. Sentirá por última vez la brisa en ese brazo antes de abandonarse por completo. Escuchará su propia agitación como a través de un cristal. Abrirá la boca en un grito que vacíe de vida sus entrañas, un grito tan agudo que despierte a los seres del abismo.
Poco a poco se hundirá cediendo a las corrientes, rozando algún coral que desgarre su blusa y descubra sus senos blandos, nacarados. En ellos, como en la arena de los bajos, la luz reflejará las ondas cristalinas.
Sus manos estarán suspendidas, como sujetas por hilos invisibles. Habrá rumor lejano de motores, de remos, de tensar de cuerdas; pero su cuerpo hinchado de silencios se internará en la quietud de la noche.
Viajará días, semanas, hasta quedar atrapada en las redes de algún buque pesquero. Le será indiferente la agonía de los peces, la lucha inútil, el desgarramiento. Golpeará una cubierta hirviente de bocanadas, de vanos aleteos. Su blancura exangüe estallará bajo el sol, revelando las huellas de su oscuro tránsito: cuencas vacías fijas en el cielo, como si en él hubiese abandonado los ojos; venas brotadas dibujando caminos antiguamente recorridos por la sangre.
Marineros ensayarán su nombre en lengua extranjera, pero nada les hará familiar ese rostro. Será tan ajena a la tierra como si ya no fuese por completo humana, como si al acercar el oído a su boca se escuchase el rumor del ir y venir de la tristeza.
M.G.L.
en publicación conjunta del Taller de Narrativa del CELARG, Caracas 2002
Foto de Daniel Herrero García
Foto de Daniel Herrero García
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