Se cogen los mejores ojos de cerradura
que puedan encontrarse.
Los más nutritivos y sabrosos
son los de puertas de iglesias y palacios.
Sólo con un par de ellos
tendríamos un suculento bocado.
Pero por ser ejemplares codiciados,
habremos de conformarnos
con los de armarios y puertas de dormitorios,
más domésticos.
Hay que arrancarlos con cuidado,
procurando no traerse con ellos la cerradura.
Se aliñan con aceite y vinagre
y tienen el sabor de lo íntimo y secreto.
Hay quien los sirve con una salsa de lágrimas.
José Antonio Ramírez Lozano(En Sopa de sueño y otras recetas de cocosina, Kalandraka, Vigo 2009)
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