de trigo; de los mangales a las serranías. Otras veces,
de los campos de caña a los de tabaco, según las estaciones y
los sueños. Las mujeres, desde los cafetales a los huertos de
granados, desde los campos de lino al silencio.
Por caminos diferentes, con palabras y canciones distintas. Y
nunca se encontraban. Los hombres iban con el torso
sin cubrir, anunciando la potestad de la fuerza y mirando
por encima de los montes, igual que soberbios generales
dominando su ejército. Las mujeres llevaban la frente coronada
de cereal maduro y de pensamientos frágiles.
Y aun así no se encontraban. Descansaban los hombres junto
a arroyos de leche y miel, según las escrituras sagradas,
y se sentían solos. Las mujeres hablaban de las cosas comunes:
del dolor, del pan, de sus pechos, de sus manos
y de los hombres. Y nunca se encontraban. Y la luz colgó
sus nombres de los árboles como linternas chinas, y hombres
y mujeres se reconocieron al fin tal cual eran. Las mujeres
desabrocharon los besos de los hombres y sometieron
sus desafiantes ojos; y éstos encontraron el dolor
y los pechos y la sabiduría y la paciencia y el juego
de la seducción de las mujeres. Y la luz siguió desde entonces colgada de
los árboles.
Manuel Jurado López
(En www.aasafaubeda.com)
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