20 jun 2008

Selección de un callejero voraz

Sin fatiga los árboles regresan. Primero a un lado de la calle, luego inundan la plaza. Son tímidos. Han sido amaestrados a la fuerza.
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Hay un tiempo en que damos extraños nombres a las cosas. Asfalto, por ejemplo, es lo que separa al mundo de nuestros pies. Por eso, no los podemos poner sobre la tierra.
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Estamos lejos del mar. La ciudad lo sabe y se comporta en concordancia. Es seca y a veces austera. Son pocos los que se atreven a andar descalzos por su rostro.
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Saquemos las camas a la calle. Hagamos la vía sobre la vida privada. No hay más intimidad que la de los pequeños gestos en los bares. Que nos ruborice remover el café frente a un imperfecto extraño.
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Me da igual tantas cosas. Tú, por ejemplo. Me da igual si me cruzo contigo en el metro, si comparto la cola del cine, si vives en la misma calle. Eres parte del ruido, de lo macizo, de lo que sostiene esta ciudad en llamas.
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El sol, cosa extraña, se detuvo en sus hombros. Una estatua iluminada antes de volver a mover la tristeza por las calles. Así es el movimiento de los que llevan por techo su cabeza.
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Suena el teléfono. Las plantas crecen en el balcón. Alguien mueve las cuerdas del tendedero. Un gato se refugia entre las ruedas de un coche. Y tú me miras, quién quiera que seas, tú me miras.
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¿En cuál de todas esas ventanas se hace de noche primero?
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Da tanta sed la ciudad. Por eso hay un bar en cada esquina. Por eso son pocos los árboles. Por eso nos tragamos todo.
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Extraños reflejos. Las vidrieras confunden afueras con adentros. Ves tu rostro y crees que perteneces a algo. Luego ves lo que cuesta y ya tus pies se hunden un poco más en el asfalto.
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Soy un ciudadano. Mírame soy tan tonto que mato a las hormigas. Soy tan tonto que miro una vaca y me sorprendo.
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Anoche soñé con la ciudad. No con ésta, sino con otra tan parecida que tuve miedo de no despertar.

Eugenio Menguado (het.)
(En Callejero Voraz, Artifex, Caracas 2008)

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